El que espera, desespera: cuando la pausa se convierte en un peso que ya no puedes seguir cargando 

Hay frases que vuelven justo cuando más las necesitamos. Y “El que espera, desespera” es una de esas verdades que no envejecen. Golpea suave, pero golpea profundo. Porque no habla de impaciencia… habla de ese momento incómodo —y muchas veces doloroso— donde ya no podemos seguir escondiendo la verdad: la espera sin dirección desgasta más que cualquier decisión difícil

Muchos profesionales senior conocen ese lugar demasiado bien. Ese espacio invisible entre lo que sienten y lo que muestran. Entre lo que necesitan y lo que se permiten. Entre lo que desean cambiar… y lo que siguen posponiendo. 

Y lo sé porque también estuve ahí. 

No lo cuento para hacerme protagonista, sino porque a veces ayuda saber que incluso alguien que ahora acompaña a otros también tuvo miedo de empezar. Durante meses esperé “el momento perfecto” para lanzar lo que hoy es Somos Perennials. Esperaba señales, claridad total, validaciones externas. Y en ese proceso, sin darme cuenta, estaba cayendo en el tipo de espera que la abuela advertía: la que te ahoga por dentro mientras sonreís por fuera

La espera que paraliza (y no se ve) 

Cuando hablamos de espera, muchos imaginan quietud externa. Pero la peor espera no se nota desde afuera. Se nota en el cuerpo. En la energía. En esa sensación de que la vida quedó en pausa, aunque por fuera sigas funcionando, cumpliendo, respondiendo, liderando, como si nada pasara. 

Si sos un líder 40+, probablemente te hayas dicho alguna de estas frases: 

— “Voy a esperar un poco más a ver si cambia el ambiente en el trabajo.” 

— “Quizás cuando pase esta crisis me vuelva la motivación.” 

— “Cuando mejore el mercado, entonces sí voy a moverme.” 

— “Voy a esperar a que la oportunidad ideal aparezca sola.” 

Pero mientras esperás, algo empieza a romperse de forma silenciosa: 

la claridad, la confianza, la energía, incluso tu voz interna. 

Porque esperar pasivamente no es neutral. 

Tiene un costo emocional. Y siempre lo cobra. 

El dilema que nadie dice en voz alta 

A esta altura de la vida, ya lo sabés: 

La vida profesional no se ordena sola. 

El bienestar no vuelve por arte de magia. 

La motivación no aparece sin un cambio interno antes. 

Pero hay un punto ciego muy común en líderes experimentados: 

Confundir prudencia con parálisis. 

Confundir paciencia con resignación. 

Confundir esperanza con autoengaño. 

Por eso esta frase es tan poderosa: “El que espera, desespera.” 

Es un recordatorio amoroso… pero firme. 

La espera estratégica: otra historia, otro resultado 

No se trata de actuar con impulsividad. 

Tampoco de “hacer por hacer” para sentir que te movés. 

La espera estratégica —la que sí construye— se basa en tres componentes que casi nadie nos enseñó: 

1. Claridad sobre lo que estás esperando 

No esperar por inercia. 

No esperar por miedo. 

No esperar porque “quizás después todo mejore”. 

Esperar con conciencia: 

¿Qué exactamente necesitás que ocurra? 

¿Y es realista que ocurra sin tu intervención? 

2. Acción paralela 

Mientras esperás, te preparás. 

Actualizás tu perfil, explorás opciones, conversás con personas clave, identificás escenarios. 

Te fortalecés en vez de desgastarte. 

3. Criterios de corte 

Esto es lo que la mayoría evita. 

Poner un límite claro: 

“Si para esta fecha no cambia X, avanzo hacia Y.” 

Ese límite protege tu paz mental. 

Esa claridad ordena tu energía. 

El dolor profundo de quienes esperan demasiado tiempo 

En mis sesiones con líderes senior, escuché cientos de historias que comparten la misma raíz emocional: 

“Sé que no quiero seguir así, pero no sé cómo soltar.” 

“Estoy cansado… pero me da miedo lo nuevo.” 

“No quiero empezar de cero, pero tampoco quiero seguir donde estoy.” 

“Ya no sé si estoy esperando… o si me estoy escondiendo.” 

Estas frases, dichas en voz baja, son señales de desesperación silenciosa. 

Y nadie merece vivir ahí. 

Lo que realmente cambia el rumbo 

No es encontrar la respuesta perfecta. 

No es esperar que las circunstancias externas mejoren. 

No es un golpe de suerte. 

El verdadero cambio ocurre cuando aceptás esto: 

La claridad llega cuando avanzás, 

no cuando esperás. 

Ese paso —pequeño, imperfecto, pero consciente— es el inicio de una nueva etapa. 

Ahí es donde vuelve la energía. 

Ahí es donde la vida recupera movimiento. 

Ahí es donde la espera deja de ser desesperación… y se transforma en propósito. 

Si esta nota tocó algo en vos 

Entonces no es casualidad que hayas llegado hasta acá. 

Necesitás hablarlo. 

Necesitás ordenarlo. 

Necesitás volver a escucharte. 

Si estás listo para dejar de esperar sin rumbo y empezar a moverte con intención, escribime. 

No tenés que atravesar esta transición solo. 

Estoy acá para acompañarte a salir de ese lugar donde la espera dejó de ayudarte. 

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